Por Ricardo Raúl Benedetti. El autor analiza la causa Ciccone, el embate contra el fiscal Campagnoli, la denuncia a los tuiteros y habla de degradación social e institucional.
Siendo testigo como muchos de la férrea defensa que observamos en extremo imprudente y corporativa por parte de varios sectores del oficialismo argentino hacia Amado Boudou, reflexiono en lo mal que estamos como país.
La causa Ciccone que derivó en el procesamiento del vicepresidente de la nación, por cohecho y negociaciones incompatibles a su cargo, ya se llevó puesto a varios funcionarios públicos que tan sólo pretendían hacer su trabajo: administrar Justicia.
En la arremetida destituyente contra el fiscal Campagnoli que se atrevió a investigar los oscuros negocios de Lázaro Baez el amigo íntimo de la familia Kirchner, quedaron expuestas las dos partes enfrentadas del todo nacional: por un lado la presión entre las sombras y cuasi mafiosa que infiere sobre el tribunal que lo juzga para removerlo, y por el otro el apoyo masivo de la ciudadanía para que permanezca en su cargo y retome sus funciones, al punto de provocar la renuncia de una de las integrantes del jury de enjuiciamiento haciendo caer el juicio sin resolución alguna.
Y para dejar desnuda y a la vista del mundo entero la actitud persecutoria y violatoria de las libertades individuales del gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner, se le solicitó al Departamento de Seguridad Interior de los Estados Unidos (Homeland Security) a través de la Policía Federal Argentina haciendo uso excesivo de un acuerdo de cooperación bilateral, que investigue para su identificación minuciosa a un grupo de twitteros que apoyan al fiscal suspendido.
Una vez hecha pública esta escandalosa maniobra al conocerse los primeros mails que anoticiaban de los pedidos de autorización por parte de Twitter para dar a conocer las identidades y datos personales de estos ciudadanos, el gobierno americano desestimó el pedido realizado por el gobierno nacional.
La experiencia nos dicta que ganar las instituciones no alcanza para transformar el poder, ocupar la calle tampoco.
A lo sumo con la calle y las instituciones le cambiamos la cara lavándolo un poco, quedando enquistado en lo profundo del poder, este sistema rancio y putrefacto de degradación social e institucional.
Para evolucionar socialmente en positivo realmente hay que comprometerse, activarse y plantear una batalla cultural que nos rescate y redefina en un enfoque que nos visualice como pueblo honesto, trabajador, entusiasta y de progreso.
Es necesario dar todo de nosotros en pensamiento y acción, para aniquilar este sistema de corrupción y prebenda que nos mantiene sumergidos en una pobreza, cultural, política y por sobre todas las cosas espiritual.
Es impostergable salir de la zona de confort para destruir este conglomerado mafioso hasta los cimientos, y que no quede ni un solo aliento en su haber, construyendo al mismo tiempo un verdadero sistema de relaciones democráticas y republicanas, basado en los valores más altruistas que nos pueda identificar.
El camino correcto es unirse en el sueño revolucionario de una nación sana, libre y representativa, y al que pretenda dañarla con fines mezquinos y egoístas, hacerles saber y sentir que tendrán juicio y castigo ejemplar, para que nunca más nadie se atreva a corrompernos socialmente.
El camino es la unión en acción de todos los que amamos el diálogo, la justicia y la libertad.
Es inevitable juramentarse como activista en esta lucha para destruir este presente degradante y transformarlo en un futuro prometedor. De nada sirve movilizarnos una vez cada tanto en alguna marcha, o el día de las elecciones.
No hay recompensa sin esfuerzo. Es necesario traducir los deseos de cambio, en una actitud emprendedora hacia la tarea necesaria que nos sitúe como actores principales de esta gesta transformadora del poder. De todos depende para que sea posible.
Ricardo Raúl Benedetti
@RicBenedetti
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