Por José Angel Di Mauro. El fútbol no tapó los problemas, pero reavivó una pasión como hacía décadas no se vivía. El gobierno busca darle al retorno de los “héroes” un marco que recuerde los festejos del Bicentenario. Boudou tuvo su día de gloria y al día siguiente volvió al purgatorio.
En la Argentina, la última semana del Mundial de Brasil fue acorde al resto del mes: estuvo tan agitada como las anteriores, desmintiendo el anticipo de Capitanich respecto de que durante este mes no se hablaría de otra cosa que de fútbol. Es muy probable incluso que el propio jefe de Gabinete -hombre conocedor del fútbol, al punto tal de presidir un club en el Chaco- no fuera lo suficientemente optimista como para pensar que la selección de Sabella estaría disputando este fin de semana la final del torneo. En efecto, los primeros partidos no daban margen para soñar tan alto, y podría decirse que las buenas nuevas encontraron al gobierno enfrascado en otras cuestiones, con la Presidenta incluso recuperándose de una enfermedad que la mantuvo fuera de escena y que la tendrá así hasta el regreso de los que aun antes de la final ya eran considerados “héroes”.
La performance del equipo nacional planteó al gobierno el interrogante de si Cristina debía o no aceptar la invitación de Dilma Rousseff para presenciar junto a ella la final con Alemania. El análisis en las altas esferas no necesitó demasiado tiempo: mucho riesgo, fue la rápida conclusión a la que se llegó en el gobierno, antes de desechar la oferta de la presidenta brasileña. Cristina no es futbolera en absoluto; sí lo era su esposo y lo es su hijo, que seguramente debe haberle recomendado que no concurrir al Maracaná. Cuando Argentina ganó el Mundial en el 86, el presidente Raúl Alfonsín se abstuvo de viajar a la final en México, luego de haber auspiciado sin éxito su gobierno el desplazamiento de Carlos Bilardo, y el que terminó yendo fue el entonces ministro de Salud Conrado Storani.
El presidente que sí se dio el gusto de concurrir a un Mundial fue Carlos Menem, que asistió al debut argentino en Italia 90… cuando la selección de Maradona cayó sorpresivamente 1 a 0 ante Camerún, contribuyendo así a la fama negativa del mandatario riojano.
El fútbol y la política en nuestro país se dan la mano, pero las cábalas son demasiado pesadas como para que un político ate su destino a un resultado deportivo. De ahí que la mandataria resolviera cortar por lo sano viendo en Santa Cruz el partido y no estará en Buenos Aires siquiera para el retorno de la selección, a la que recibirá más adelante -a los que estén en Buenos Aires cuando ella convoque-. Lo cual no implica que no se previeran celebraciones para este lunes en Plaza de Mayo, cualquiera sea el resultado del domingo. El gobierno tratará de sacarle el mayor rédito a un Mundial al que apostó fuerte desde un primer momento.
La semifinal del miércoles le restó importancia a la celebración del Día de la Independencia, que en un primer momento se había organizado con la presencia en Tucumán de presidentes de la región. Enfermedad presidencial mediante, la convocatoria se desactivó y finalmente el gobierno optó por hacer reaparecer ese día al vicepresidente. Muchos se preguntan aún hoy cual fue la señal que buscó dar la Presidenta, al sentar frente a Amado Boudou a todo el Gabinete nacional y brindarle tanto protagonismo. Los entendidos interpretaron que con ello Cristina buscó reafirmar ante los propios cual es su decisión respecto de su compañero de fórmula, y hacia afuera, mandarle una señal a la Cámara Federal que deberá resolver en los próximos meses sobre el procesamiento dispuesto por el juez Lijo. El gobierno no le ha soltado la mano, podría leerse en función del acompañamiento del que gozó Boudou esta semana.
Pero nada es definitivo ni concluyente. El vicepresidente podrá haber contado con el máximo respaldo del gobierno el 9 de Julio, pero un gobierno que no come vidrio prefirió obviar la cadena nacional para la difusión del acto. Y al día siguiente, Boudou volvió a pisar terreno resbaladizo cuando la oposición logró torcerle el brazo al oficialismo.
Después de su participación en el acto central de Tucumán, el vicepresidente tenía resuelto presidir la sesión del jueves en el Senado, más allá de la tenaz resistencia opositora. Allí debería tratarse de manera urgente el proyecto de inmunidad para bancos centrales extranjeros que requería el propio gobierno. Cuando finalizó la reunión de comisión en la que se dio dictamen a la iniciativa, el jefe del bloque radical del Senado le preguntó a su par kirchnerista quién presidiría la sesión esa tarde. Miguel Pichetto le pidió diez minutos a Gerardo Morales para averiguarlo, y el radical le advirtió que habría problemas si era Boudou. En el ínterin, Pichetto recibió la misma consulta de parte de Gabriela Michetti. Boudou estaba en el Palacio Legislativo desde temprano, pero cerca de la hora de la sesión el oficialismo comunicó que el presidente provisional del Senado tomaría su lugar, con lo que se garantizaba la sesión.
El problema es que el proyecto había obtenido dictamen minutos antes del inicio de la sesión y al no contar con los siete días reglamentarios para ser tratado en sesión ordinaria, requería una mayoría especial de dos tercios para su discusión sobre tablas, en sesión especial. Y ya algunos legisladores de la oposición habían anunciado que se retirarían del recinto si Boudou presidía la sesión. Así las cosas, Pichetto les hizo hecho saber la situación a la Presidenta y al propio vice, que no tuvo entonces otra salida que ausentarse.
La próxima cita del Senado es el 30 de julio, fecha para la que se espera la visita del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. Es casi seguro que ese día sí asistirá Boudou y deberá soportar la embestida de la oposición en pleno, que le pedirá explicaciones. El senador Gerardo Morales ha señalado que si bien reglamentariamente el vicepresidente de la Nación no puede dar discursos, si es autorizado por los senadores sí podrá hablar y responder el pedido de explicaciones que le harán respecto de su situación.
Habrá que ver si el vice está dispuesto a someterse a ese interrogatorio extremo en el recinto.
Mientras tanto avanza la cuenta regresiva para encontrarle una solución al tema de los fondos buitre para antes de fin de mes. La coyuntura sirve como para dar el marco correspondiente para el carácter de “epopeya” que el gobierno quiere ponerle a una pelea que ha sido acompañada por campañas en la vía pública y a través de spots que plantean la dicotomía “patria o buitres”. Un marco adecuado en el que la fiebre mundialista es aprovechada. Pero más allá de las diatribas, el paso del tiempo y la falta de avance en las negociaciones, nadie piensa que no vaya a haber acuerdo. Sobre todo los mercados, que auguran un acuerdo a corto plazo por el cual la Argentina haría un aporte en efectivo que tratará sea mínimo, y bonos con fecha inicial para enero de 2015. Para ese dinero inicial, el gobierno busca que el juez emita una orden judicial, de modo que no quede ninguna duda de que el pago es forzoso, cuestión de no activar la temida cláusula RUFO.
Más allá de ese acuerdo, que demorará más o menos días, y de todo el discurso que lo rodee, cuando baje la bruma mundialista comenzará a percibirse esta misma semana una realidad económica con datos cada vez más complicados, en los que todo baja, menos la clave del problema: la inflación.
