Próximo a las elecciones presidenciales, ya tenemos aspirantes a sentarse en el sillón de Rivadavia. Los que picaron en punta, según las encuestan, son: Sergio Tomás Massa, Daniel Osvaldo Scioli y Mauricio Macri.

Ninguno de ellos tuvo una larga trayectoria partidaria; no conocemos todavía qué partido o alianza los tendrán como candidatos, ni sabemos quienes los acompañarán para la vicepresidencia. Ninguno merece ser tildado de derechista o izquierdista, ni de conservador o progresista, y, a diferencia de los últimos presidentes, los tres son de Buenos Aires, y carecen de estructura política propia en el interior del país.

Desde 1983 las fórmulas presidenciales, que no fueron reelectas, se pactaron entre líderes del interior y de Buenos Aires. Alfonsín lo hizo con Angeloz, y tuvo de vice al cordobés Víctor Martínez; el riojano Carlos Menem lo hizo con el bonaerense Eduardo Duhalde, que fue su primer vicepresidente; Néstor Kirchner, desde Santa Cruz, acordó, también, con Duhalde, y su vice fue Scioli, nacido en Villa Crespo. El cordobés, aporteñado, Fernando de la Rúa tuvo de vice al capitalino Carlos “Chacho” Álvarez.

Un acuerdo similar no se ha concretado todavía para las próximas elecciones, a pesar que en la segunda línea de precandidatos hay actuales o exgobernadores como José Manuel de la Sota, Sergio Urribarri, Hermes Binner y Julio Cobos, que, a su vez, no tienen mayor predicamento en Buenos Aires.

Sus discursos y gestos, incluso los del más oficialista: Scioli, se parecen más al tono dialoguista del Papa Francisco que al épico y confrontativo de Cristina Fernández de Kirchner, y ninguno se inclina por el “populismo” pro chavista, que predicó el ideólogo Ernesto Laclau y quienes se nuclean en “Carta Abierta”. En sus mensajes acentúan más su capacidad de gestión, en los cargos que ejercen o han ejercido, que en proponer medidas, políticas y planes de gobierno concretos.

Scioli, que tiene 57 años, de ser elegido presidente sería el primer gobernador de Buenos Aires después de Bartolomé Mitre (1860 – 1862) en lograrlo. Se empeña en mostrar sus realizaciones en esa provincia, y el haber hecho presente personalmente siempre que una catástrofe o emergencia ocurriera. Fue diputado, secretario de estado y vicepresidente. Y la gente lo valora: por haber sido deportista, campeón en motonáutica –de donde Carlos Menem lo arrimó a la política en 1997-; por estar casado con una conocida modelo, Karina Rabolini; y por la templanza con que asumió: su discapacidad física (se le amputó un brazo en 1989 que le dejó dolorosos nódulos en el hombro) y las humillantes críticas que recibió en el Senado de Cristina Fernández de Kirchner -que nunca confió en él- y, otras veces, de sus incondicionales.

Massa, es un joven y carismático abogado de 42 años; que fue de la UCEDE, jefe de Gabinete de Kirchner e intendente de Tigre; que está casado con Malena -hija del peronista histórico Fernando “Pato” Galmarini-. En las últimas elecciones legislativas derrotó a la presidenta, siendo el primer intendente municipal en la historia en conseguirlo. Es muy preciso en sus discursos al apuntar casi siempre a los temas más sentidos por los ciudadanos, como por ejemplo: la inseguridad, la inflación, la reducción de penas en el Código Penal, etc.

El ingeniero Mauricio Macri, con 55 años, es el jefe de Gobierno la ciudad de Buenos Aires donde hizo obras significativas que muestra con orgullo. No es peronista y el público no se olvida que fue un importante empresario que presidió al club Boca Juniors y que supo atraer para su nuevo partido, PRO, a figuras populares del deporte, del espectáculo y de sociedades intermedias.

La cosa no está muy clara

Pero los ciudadanos ven con incertidumbre y hasta con pesimismo, el panorama político.

Los militantes de Cristina y los de la oposición no visualizan al líder que los represente y que encarne las posturas que los ubican a uno y otro lado de la “grieta”. Los intentos de alianzas, como el de UNEN, no han dado resultado. El ciudadano común no vislumbra respuestas fundadas que resuelvan los graves problemas que los acucian todos los días, como la inseguridad, la inflación, el desempleo, etcétera; ni propuestas de solución para los problemas de fondo, que no se resuelven de un día para otro, como: la educación; la pobreza; el narcotráfico; el juego; el default; la infraestructura; la energía; y el necesario retorno la república para volver a tener: un Congreso y no una “escribanía”, que debata y sancione leyes y suprima los decretos de necesidad y urgencia; una Justicia independiente; provincias y municipios autónomos. Una reforma tributaria es imprescindible, que, limite la presión fiscal, devuelva a las provincias y a los municipios sus recursos, y termine con el descontrol, la corrupción y el clientelismo.

Estos líderes, que pretenden ser candidatos y, luego, nuestros representantes y gobernantes, sería bueno que acordaran, antes o después de ser electos, algunas políticas de estado (v. gr.: narcotráfico), que sean apartadas del conflicto político y su ejecución sea apoyada por todos. Además, sería deseable que convoquen a equipos de dirigentes solventes para que nos ayuden a reemprender el camino que hace 31 años se inauguró para alcanzar el ideal democrático constitucional, sin arrasar con lo mucho que ya se hizo, en especial en materia de los derechos humanos y sociales.

¡Ah! por favor, no estaría mal que los futuros candidatos agreguen a su perfil una pizca de austeridad, que les servirá para liderar mejor la lucha contra la corrupción, aunque no alcancen a hacerlo como Elpidio González o José “Pepe” Mujica.

Córdoba, diciembre de 2014.

*Es profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba y catedrático de la Universidad Católica de Córdoba y fue diputado de la Nación.