La reciente actitud del jefe de Gabinete de Ministros, Jorge Capitanich, de romper notas de un periódico en medio de sus habituales conferencias de prensa, está lejos de ser lo que el pueblo argentino espera y merece de sus dirigentes.

Vivimos en momentos de gran crispación política, acelerada a raíz de las dudas que rodean la muerte del Fiscal Alberto Nisman. Hay gran descreimiento y desconfianza entre la población. Ese no es un buen síntoma, sino que pone de manifiesto la gran brecha que separa a buena parte de la clase dirigente –en éste caso el Gobierno Nacional- de aquellos a quienes representa y para cuyo bienestar debe dirigir todos sus esfuerzos y acciones.

La gran mayoría de los argentinos tenemos la sensación de que vivimos inmersos en un clima político y en una situación social casi inflamables, y ciertamente un gesto incendiario como el del Jefe de Gabinete poco ayuda a calmar los ánimos y brindar a los ciudadanos la tan ansiada tranquilidad, que es hoy más un recuerdo del pasado que una realidad.

El propio Jefe de Gabinete, momentos antes del desacertado gesto, había mencionado que ante la supuesta falsedad del contenido de las notas, había radicado la denuncia ante las autoridades judiciales competentes. En un país serio, esa acción hubiera bastado por ser suficientemente contundente como para resguardarse de la supuesta mentira contenida en las notas. Sin embargo quiso ir más allá. ¿Será un gesto también, de falta de confianza del propio Gobierno en la Justicia, y en los canales institucionales para dirimir conflictos? Si este fuera el caso, ¿Qué queda para el resto de los argentinos?

Este año, el pueblo tiene la posibilidad de decidir en las urnas un cambio de rumbo. Confío en que a medida que somos más maduros como pueblo en el ejercicio de nuestra Democracia, sabremos ejercer nuestra soberanía sabiamente.