Por José Angel Di Mauro. Las consecuencias de las inundaciones bonaerenses generaron rispideces inéditas. El candidato oficialista se rodea de los gobernadores, pero Cristina volvió a marcarle la cancha.
El efecto Scioli caló hondo en la clase política y todo el mundo se cuida al extremo, no sea cosa de que un corcoveo de la actualidad lo encuentre a kilómetros de distancia y gozando del descanso que se habían prometido durante la larga campaña electoral para las PASO. Pasó el viaje a Italia del gobernador durante el pico de la inundación, y el primero en frenar sus vacaciones fue Mauricio Macri, que finalmente se tomó un respiro luego de su incursión tucumana para apoyar a José Cano, aunque se quedó a tiro de teléfono, por si la muerte del militante radical jujeño meritaba una reacción mayor de la oposición en su conjunto.
Antes de “guardarse” unos días, el líder del PRO dejó claro que para el próximo tramo de la campaña habrá cambios sustanciales. Llegó a la conclusión de que la condescendencia para con el FpV no le suma en lo más mínimo -más bien le resta, mucho- , y en todo caso el objetivo de dejar claro que no tocará planes sociales ni vendrá con él una fiebre privatizadora, está cumplido. Así que no tiene sentido sobreactuar una adhesión tardía a ciertos pilares del modelo K y, por el contrario, volverá a ponerse claramente en la vereda de enfrente, cuestión de no alentar más confusiones.
Pasa que cuando a instancias del duranbarbismo Macri decidió ir en busca de un electorado independiente más cercano al oficialismo, se introdujo en “la ancha avenida del medio” que tanto se le había cuestionado a Sergio Massa transitar. Justo cuando -perdido por perdido- el líder del Frente Renovador asumía un rol decididamente opositor. Los consultores coinciden en que al tigrense esa postura más definida lo ayudó, mientras que al jefe de Gobierno porteño su señal difusa sino le hizo perder votos, seguro al menos lo estancó. Si bien lo dejó medianamente satisfecho el 30,07% alcanzado por Cambiemos, Macri esperaba algo más que el 24% que sumó individualmente.
Por eso primero trató de sacar partido de la desventura del sciolismo por las inundaciones, y después, cuando el candidato oficialista cuestionó esa actitud y habló de “campaña sucia”, le contestó con inusual dureza, acusándolo de victimizarse. La novedad de este tramo de la campaña radica en que tanto Scioli como Macri están exhibiendo un tratamiento inédito entre sí. Allegados al equipo de campaña del PRO admiten que la recomendación es no pegarle al gobernador, habida cuenta de su condición “incombustible”, pero entienden que las inundaciones fueron un llamador demasiado notorio como para dejarlo pasar, y les permite a su vez hacer hincapié justamente en su gestión donde gobierna, justamente el lugar en el que quieren engrosar la cosecha obtenida en las PASO. Y entienden que están dadas las condiciones para hacerlo.
Paralelamente, a Daniel Scioli esa rudeza sirve para desenfocarlo, justo cuando el candidato oficialista planeaba apuntarle al electorado más independiente, tratando de mostrarse más alejado de Cristina. Si hasta pareció que el perfil bajo asumido por la Presidenta, que permaneció fuera de escena durante dos semanas después de las PASO, era parte de esa estrategia. Pero ella volvió el jueves pasado recargada. Lo hubiera hecho un día antes, pero el acto en la Casa Rosada se postergó a pedido de los gobernadores, para acompañar a Juan Manzur en el cierre de campaña en Tucumán, donde Daniel Scioli fue la figura estelar. Normalmente hubiera sido al revés, pero en este caso al gobierno nacional le tocó cambiar la fecha, y los gobernadores hicieron un acto netamente peronista, donde Carlos Zannini jugó bien de visitante.
Tanto que lo del día siguiente pareció un desquite: el ostentoso cartel colgado n el patio de las Palmeras de la Casa de Gobierno con la consigna “Zannini para la Victoria”, obviando al candidato principal. El acto fue bien cristinista, con Scioli en un segundo plano, si bien sobre el final tuvo su propio balcón, invitado por la Presidenta, junto a su vice ante la militancia. Aunque allí las palabras de Cristina bien pudieron sonarle a advertencia: “Yo estoy absolutamente convencida de que los compañeros que llevamos como candidatos a presidente y vicepresidente de la República van a seguir y continuar con estas políticas (…) fundamentalmente porque hay un pueblo que no está dispuesto a dar ni un solo paso marcha atrás”.
La mandataria volvió con todo en esa cadena nacional. Pegó adentro y afuera. Castigó a Alemania, por la crisis griega, y a la CIA, por conspirar, dijo, contra los gobiernos de la región. Del plano local, sin nombres propios como es su estilo, fustigó duro a Mauricio Macri, al que incluyó entre “los que tumbaron a Alfonsín”, mencionó su absolución por “la Corte menemista” en el contrabando de Sevel, y hasta la división del partido de Morón; a la diputada Laura Alonso por su tuit sobre el Papa por Malvinas, y al senador radical Gerardo Morales, por decir que el militante muerto en Jujuy era radical, cuando estaba afiliado al partido de Milagro Sala.
En rigor, ambas cosas eran ciertas, como el silencio de la Túpac Amaru desde que el joven Ariel Velásquez fue baleado el 8 de agosto y recién cuando murió -tras diez días de agonía- difundieron sus datos de afiliación. Con todo, la familia y las fotos corroboraron después la versión de la UCR: el joven militaba en el partido centenario y su afiliación era otra muestra de los métodos compulsivos impuestos por la organización de Milagro Sala en Jujuy, que hasta el propio peronismo local sufre y condena.
El que no piensa en tomarse vacaciones es Sergio Massa, obsesionado por consolidar la cosecha de las PASO, como objetivo de mínima. Por lo pronto, esta semana ratificó su alianza con José Manuel de la Sota, cuyos votos son objeto de deseo de Scioli, Macri y Massa. Pero durante la semana la atención se corrió hacia su candidato a gobernador bonaerense, Felipe Solá, quien denunció un faltante de votos suyos. Primero habló de 193 mil, después de 290 mil y finalmente se estacionó en 140 mil. Curiosamente su denuncia no tuvo demasiado apoyo dentro de su propio partido, donde Mónica López lo calificó de “tiros al aire”, y el intendente de San Miguel, Joaquín De la Torre, le reprochó haber hecho esa declaración por su cuenta. “Yo no corroboré ni vi eso que dice”, descartó. Si bien Sergio Massa deslizó una declaración de apoyo, el día de la elección había reclamado terminar “con el cuento de que en la Argentina se hace fraude”.
Lo cierto es que las dudas de Solá surgieron a partir de la diferencia verificada entre su cosecha, 1.503.783 votos, y los 1.696.229 que obtuvo UNA en la Provincia. De hecho, inicialmente el exgobernador dijo que le habrían “afanado” 192.446 votos. Esa es exactamente la diferencia entre sus votos y los que sumaron Massa y De la Sota en la provincia. Felipe duda de que haya habido semejante corte de boleta en su contra, cuando si hay algo difícil de hacer en la Provincia es cortar la boleta para gobernador, que está en la mitad de la larga sábana bonaerense.
En su denuncia, Solá no excluyó la responsabilidad de los fiscales propios. Pareciera sospechar que la “quita” de votos habría contado con la anuencia de un sector de su propio partido, en el marco de una elección tan controvertida que llevó esta semana a la Cámara Nacional Electoral a emitir una acordada pidiendo se debatan modificaciones en el sistema actual de votación.
