Es probable que el paro internacional de mujeres signe una nueva etapa en una lucha larga y habitualmente silenciosa. Una lucha que es mucho menos por nuevos derechos, cuanto por alcanzar los estándares de que hoy goza la otra mitad de la humanidad, esa que porta genitales masculinos.

Pero antes que en la calle, la verdadera revolución de las mujeres debe darse entre cuatro paredes, en la intimidad de los hogares que nosotras mayoritariamente conducimos.

Si somos conscientes del poder de la educación materna, en menos de una generación daremos pasos más grandes que en las últimas tres o cuatro.

Si, además de marchar, de protestar, de parar, nos dedicamos cada día a erradicar de nuestros hogares los estereotipos con los que fuimos criadas, si formamos a nuestros hijos en la igualdad, enseñando a los varones que las tareas de cuidado son una obligación compartida, que los papás también pueden cocinar y que las instrucciones del termómetro no están en el cromosoma X sino en el prospecto. Si enseñamos y aprendemos que llorar es cosa de humanos y jugar al fútbol de cualquiera con habilidad o con ganas, que genéticamente estamos en las mismas condiciones que los hombres para ser ingenieras, científicas o conductoras de camiones, habremos empezado esa revolución que cambiará los estereotipos sobre las características constitutivas de las personas racional/emocional, reflexivo/impulsiva, pensamiento abstracto/concreto. Estereotipos sexuales, emocionales, psicológicos y laborales, en los que se asientan las desigualdades.

Los cambios profundos requieren compromisos profundos desde la calle o desde nuestras casas, las mujeres tenemos el poder para hacerlo. Cambiemos.

* Diputada nacional del Pro por la provincia de Buenos Aires.