Nada hay nada de malo, ni siquiera es discutible que los jefes políticos se encuentren e intenten transformar con diálogo y consenso, lo que hasta ayer era incomunicación y disenso.

Nuestra historia argentina tiene una larga tradición en materia diálogos que luego se transformaron en pactos. Algunos sirvieron para cancelar contradicciones del pasado y abrir instancias superadoras, fundadoras de grandes síntesis; otros, en cambio, fueron meros acuerdos de dirigentes, limitados a preservar los intereses predominantes y sofocar los reclamos de cambios surgidos de la sociedad y sus sectores reales.

La propia Constitución Nacional tiene origen en los “pactos preexistentes”, mencionados en el Preámbulo. El principal fue el de San Nicolás, y constituye el fundamento político de la Carta del 53, transformada en texto escrito por los constituyentes, muchos de ellos enconados enemigos del Restaurador. Se canceló la antinomia unitarios – federales, y abrió el ciclo de la Organización Nacional. Otro Pacto fue el de San José de Flores, mediante el cual se viabilizó el retorno de Buenos Aires al seno de la Nación Argentina. Ambos pactos llegados mediante el diálogo franco, se hicieron en momentos cruciales del proceso de integración de la Nación y consolidación del Estado.

Más tarde Irigoyen, no tuvo inconveniente en reunirse con Figueroa Alcorta y con Sáenz Peña, para acordar los términos de la nueva ley electoral, factor que al ampliar el sistema político de decisión, abre el camino de la participación a las nuevas clases y sectores sociales originados por el crecimiento del país agro importador. El contubernio anti Yrigoyenista señala la reaparición del acuerdismo, que intentaba mantener intocada la estructura económica tradicional, aun cuando la quiebra de la división del trabajo a escala internacional estaba determinando su definitivo agotamiento, en contra del pensamiento del Movimiento Nacional.

La disyuntiva vuelve a plantearse en 1946. La Unión Democrática y el movimiento que llevó a Juan Domingo Perón al poder constituían en rigor dos alianzas electorales. La diferencia estaba dada no por la forma, sino por el contenido. Roto el frente peronista, es derrocado Perón, y el movimientismo reaparece en el frente electoral que triunfa el 23 de febrero del 58 y consagra como presidente al doctor Arturo Frondizi. Pacto que surgió del dialogo entre dos grandes estadistas, para facilitar la participación electoral del movimiento político mayoritario y recuperar la unidad y la concordia entre los argentinos.

Se podría seguir abundando en ejemplos. Pero vale la pena recordar también por aleccionador, el encuentro Perón-Balbín. La reconciliación de los dos caudillos, implicaba enormes virtualidades. Sobre todo cuando Perón en su histórico documento “La única verdad es la realidad, había señalado con certeros trazos los rasgos principales de la crisis argentina y planteado los lineamientos para las grandes soluciones. Si aquel abrazo simbólico hubiera madurado en una coincidencia para hacerse, el Desarrollo Nacional, como presupuesto indispensable de la integración de regiones, sectores sociales y peculiaridades culturales, otra hubiera sido la historia argentina, y otro nuestro presente. Lamentablemente, el gesto quedó en eso, mero simbolismo y apenas un tímido acuerdo sobre las formas institucionales.

Los argentinos esperan que el dialogo de los líderes políticos sea un canal de coincidencias fecundas en torno de un programa nacional, capaz de dar respuesta positiva a los dramas de la desindustrialización, la desocupación, la quiebra de la producción rural, el envilecimiento del salario, el crecimiento explosivo de la marginalidad, el narcotráfico y su secuela, la inseguridad. No un mero acuerdo de dirigentes, limitándose a preservar los intereses predominantes y sofocar los reclamos de cambio. El pueblo espera ansioso que gobierno y oposición tengan su mesa de diálogo, acuerden trabajar mancomunados, porque la realidad está marcada por las necesidades de la gente, y debe ser respetada por la clase dirigente, más allá de sus necesidades políticas.

La sabiduría del pueblo siempre fue saber cuándo es necesario aclarar lo que esta oscuro con su voto, y lo hizo, pero la cuestión no está en las formas, sino en “los contenidos de los acuerdos”, llegados mediante el imprescindible diálogo.