El hallazgo de Brenda, Morena y Lara en Florencio Varela expone una trama de violencia extrema y complicidad estructural. Más allá del crimen, el caso desnuda el circuito de impunidad que protege a los consumidores de explotación sexual: empresarios, políticos y jueces que siguen caminando impunes entre nosotros.
El hallazgo de Brenda (20), Morena (20) y Lara (15) —apenas niñas, cuyos cuerpos fueron descubiertos entre barro y escombros en Florencio Varela— no es solo la consumación de una violencia atroz. Es también un mensaje que atraviesa las entrañas del país: la brutalidad de quienes explotan sexualmente a jóvenes y la arrogancia de quienes las consumen como si fueran mercancías descartables. Ambos se saben amparados por el dinero, por la amistad de jueces y fiscales, por la complicidad de algunos policías, por el guiño de ciertos políticos.
La última vez que se las vio vivas fue subiendo a una camioneta blanca en la rotonda de La Tablada. Esa secuencia, detenida en la mirada fría de una cámara de seguridad, es ahora la llave de una causa que debería desentrañar no solo a los verdugos inmediatos, sino también a los compradores de carne joven, los que pagan por lo que nunca debería estar en venta: la dignidad humana.
El horror comienza en el consumo. No en el que recluta ni en el que amenaza, sino en el que paga. En ese que abre la billetera para comprar un cuerpo como quien compra un vino importado, convencido de que la impunidad es parte del precio.
Los consumidores intocables
Quienes consumen estos horrores no son fantasmas. Caminan por nuestras calles, se sientan en los bares de Palermo, tienen oficinas vidriadas en Puerto Madero, saludan en los palcos de los estadios y celebran con aplausos en las cenas de beneficencia. Son hombres con apellidos conocidos, con socios en los directorios, con abogados que llaman por su nombre a jueces y fiscales.
Cuando una víctima los señala, aunque ello ocurra en el Honorable Senado de la Nación, la maquinaria se enciende: los recursos interminables, los planteos de nulidad, las recusaciones caprichosas, la estrategia de dilatar hasta que la indignación social se marchite. Lo sabemos bien: las causas contra los clientes poderosos rara vez avanzan. Y cuando avanzan, se pierden en laberintos de papel sellado.
El circuito de la impunidad
La red que los protege es un viejo entramado de favores y silencios:
Ese circuito no es una invención literaria: está documentado en decenas de causas de trata y desaparición en América Latina. Es la urdimbre que surge cuando el delito y el poder se reconocen como viejos camaradas.
El caso bajo esa sombra
La investigación, a cargo del fiscal Gastón Duplaá, habla por ahora de una banda narco que habría montado una fiesta, de un pago de 300 dólares, de cuatro detenidos y de una pareja acusada de limpiar la escena del crimen. Pero aún no se ha nombrado, ni siquiera de soslayo, a los posibles clientes de poder. Ningún apellido ilustre, ningún hombre de negocios, ningún político bajo sospecha. Solo los eslabones más bajos de la cadena, esos que siempre terminan en la picadora de la Justicia.
El silencio pesa. Porque si el caso se agota en los niveles marginales, si los verdaderos compradores de impunidad quedan fuera de la mira, entonces lo que nos quedará será otra tragedia administrada: condenas a los peones, sobreseimiento de los patrones, censura mediática y olvido social.
Que no quede en el olvido
Este país tiene una deuda que ya no puede aplazar: llegar hasta quienes pagan, quienes ordenan, quienes sostienen con dólares la maquinaria que recluta, descarta y mata. Que sus nombres incómodos se escriban en los expedientes, que las amistades políticas no tornen ciega a la Justicia, que los policías cómplices sean degradados y sus apellidos publicados.
Si no, Brenda, Morena y Lara serán apenas otra nota en la cronología del espanto, otra línea en la estadística, otro caso en la memoria.
Porque los grupos criminales no actúan en la penumbra, sino a plena luz en los aunque el Estado rehúse ver. Se infiltran en las plazas, en los clubes, en los lugares donde las adolescencias se encuentran y confían. Y la prevención no es un eslogan, sino un deber: detectar a tiempo explotación y captación, antes que otra camioneta blanca se detenga en otra esquina.
No dejemos que el olvido se inscriba en la lápida de estas niñas. Que Brenda, Morena y Lara no sean un caso más, sino el caso límite.
¿Será Justicia?