El fundador de Grupos Estim considera que "los padres varones se involucran de otra manera con sus hijos, incluso cuando son empresarios". Sin embargo, observó que "ser familia empresaria no depende de la magnitud del patrimonio ni de la cantidad de generaciones acumuladas".
James Bieneman, un distinguido consultor, contaba que una vez le preguntó a un empresario cuál de sus hijos debía ser su continuador. La respuesta lo sorprendió: “Yo sé de empresa, pero usted me pregunta acerca de hijos. De eso sabe mi esposa”.
Se trata, sin duda, de una anécdota que hoy nos resulta perimida. Los padres varones se involucran de otra manera con sus hijos, incluso cuando son empresarios. Sin embargo, ese cambio de rol no fue acompañado, en muchos casos, por un avance igualmente claro hacia una participación más activa y estructurada de la familia empresaria como tal. A menudo, ni siquiera se reconocen como “familia empresaria”.
La literatura académica tampoco contribuye demasiado: suele ilustrar sus conceptos con ejemplos de familias en quinta generación, con patrimonios multimillonarios. Frente a eso, una familia de cinco integrantes que apenas comienza su segunda generación puede sentirse desalentada, como si el título de “familia empresaria” les quedara grande.
Pero la realidad es distinta. Ser familia empresaria no depende de la magnitud del patrimonio ni de la cantidad de generaciones acumuladas. Es, ante todo, una forma de pensarse juntos, de asumir que la empresa no es solo una fuente de ingresos, sino un espacio donde conviven historia, valores, expectativas y proyectos. Reconocerse como familia empresaria abre la puerta a conversaciones necesarias: cómo se toman las decisiones, qué lugar tendrán los jóvenes, cómo se resuelven los conflictos, qué se quiere transmitir al futuro.
La riqueza de sentirse familia empresaria está en que, al hacerlo, se multiplica el capital que importa: no solo el económico, sino también el humano y el relacional. Las familias que se animan a este ejercicio descubren que hay mucho por construir y que los beneficios alcanzan a todos: a quienes lideran hoy, a quienes se preparan para hacerlo mañana y, sobre todo, al entramado de vínculos que los une.
Una de las funciones centrales de la familia empresaria es dar un lugar claro y estimulante a las nuevas generaciones. Esto se traduce en acciones concretas: constituir un Consejo de Familia, con reglas de funcionamiento claras y un temario atractivo para todos. Allí se pueden tratar desde cuestiones patrimoniales y de sucesión hasta temas más cotidianos como proyectos de la familia, acciones sociales, desarrollo de competencias, formación en valores.
Impulsar la participación de los jóvenes en grupos de pares, donde puedan nutrirse de las experiencias de otros que atraviesan realidades similares. Estos espacios les permiten crecer juntos, compartir dudas y encontrar un sentido más amplio a su rol como miembros de una familia empresaria.
Al abrir estos caminos, la familia no solo asegura la continuidad de la empresa: también cultiva la motivación y el compromiso de los jóvenes, que aprenden a proyectarse como protagonistas de una historia compartida.