Donald Trump, contra todos los pronósticos, alcanzó la presidencia del país más poderoso de la tierra. Más allá de sus diatribas contra las mujeres, los afroamericanos, los migrantes… el nuevo presidente interpeló a un vasto sector social norteamericano, la clase media baja, los trabajadores empobrecidos en las últimas décadas. A los perjudicados por las políticas neoliberales que propugnan los demócratas, sectores blancos de clase media baja, que vieron caer estrepitosamente su nivel de vida, les infundió miedo. Aunque también hay que decir que Hillary Clinton representó en esta contienda al establishment, a Wall Street.

Trump se desmarcó de su propio partido, agitó un sentido nacional prometiendo cerrar las fronteras y defender el trabajo de los “auténticos” estadounidenses. El “sueño americano” lo encarnó Trump. Ofreció la solución a los problemas de los ciudadanos levantando las banderas del patriotismo, sin medir su incorrección política ni la humillación o la ridiculización del contrario.

Su elección es el resultado de un sistema político fosilizado y elitista; tras el continuo desprestigio de la política por el sistema y sus medios, el republicano fue percibido como alguien que viene de fuera de la política, como un empresario exitoso. Y sabemos qué sucede cuando se abunda en esta concepción denigrante de la herramienta de los pueblos para promover transformaciones. Si no, veamos el discurso de Cambiemos y la permanente denigración hacia la participación política.

No está claro cómo sus delirantes clichés de campaña se traducirán en políticas concretas ya al frente de la Casa Blanca. Sí confirma esta elección el giro a la derecha que vienen dando los países centrales, a partir de las dificultades para ofrecer a sus pueblos salidas fuera del ajuste y el abandono de los estados de bienestar. Y, por sobre todas las cosas, confirma la profunda crisis del capitalismo global.

En esta crisis mundial del capitalismo -cuyo pico se presentó en 2008-, con políticas anticíclicas en Argentina se buscó sortear o al menos amortiguar sus consecuencias. Por el contrario, el gobierno de Cambiemos, lejos de ofrecer un programa que atenúe los coletazos de la crisis en nuestra economía, planteó la apertura indiscriminada de las fronteras para el ingreso irrestricto de mercancías, el debilitamiento del mercado interno y la caída del salario de los trabajadores. La apuesta total al sector agroexportador, ni siquiera contempló la continua caída del valor de los commodities a raíz justamente de la recesión en los países centrales. Y como frutilla para tantos yerros, abiertamente Mauricio Macri tomó partido por Hillary Clinton.

Apenas una mención a nuestro país hizo Trump durante la campaña: dijo que “Estados Unidos no puede terminar como Venezuela o Argentina”. Toda una definición sobre la consideración que el nuevo presidente tiene respecto a esta región.

El triunfo de Donald Trump plantea un nuevo paradigma; rompe con un esquema político que parecía consolidado tras la Guerra Fría.

A diferencia de las fuerzas políticas que disputan el poder en nuestra región, donde la particularidad es la confrontación de proyectos políticos distintos, unos en las antípodas de los otros, los norteamericanos optaron entre un “más de lo mismo” de los demócratas y un salto al vacío que representaba el candidato republicano. A juzgar por las provocadoras promesas de Trump durante su campaña, el horizonte no aparece despejado. Más bien es la incertidumbre lo que se apoderó de todos.

Y no sólo para los Estados Unidos el panorama es incierto.

Gabriela Estévez

Diputada Nacional FpV-PJ