Las elecciones de octubre reposicionaron a nivel nacional a la primera dama, al punto tal de que en ciertos estamentos comenzaran a imaginarla como eventual sucesora de su esposo. Algo con lo que soñaba el matrimonio gobernante, mas no para 2007.
Por José Angel Di Mauro
Fue imposible determinar la reacción que en el principal despacho de la Casa de Gobierno generaron las declaraciones del ministro del Interior. Pero diversas fuentes consultadas afirman que el verborrágico funcionario debió dar explicaciones sobre sus dichos. Trascartón, recibió la orden de salir a aclarar.
Lo hizo prestamente, y así fue que en el programa de Jorge Guinzburg de Radio Mitre, Aníbal Fernández apareció mostrando cierta perplejidad por la manera como habían sido interpretadas sus declaraciones sobre las potencialidades institucionales de la primera dama. Pero como para que no quedaran dudas -ya que las agencias de noticias seguían sin desmentir los cables iniciales y los sitios de Internet mantenían títulos que indicaban que desde el Gobierno afirmaban que “Cristina es presidenciable”-, tuvo que salir otro Fernández al ruedo, Alberto, en este caso, para poner el título del día siguiente en el diario de más venta: “Negó el Gobierno que Cristina sea presidenciable”.
El contraoperativo no alcanzó para aventar del todo las suspicacias, al punto tal que a pesar de las “aclaraciones” no faltaran los analistas que razonaron que el objetivo estaba cumplido: instalar la posibilidad de que la avasallante ganadora de la elección del principal distrito del país se potenciara como precandidata presidencial.
Todo comenzó con una especulación lineal hecha a la distancia por el Miami Herald. Habida cuenta de la regla básica que indica que los ganadores de las legislativas se posicionan para las presidenciales siguientes, suceda esto en el país que sea, la primera dama quedaba automáticamente potenciada para esa alternativa. ¿O acaso no ha ocurrido eso con Mauricio Macri? A propósito de ese artículo fue consultado Aníbal Fernández y en ese marco fue que en un rapto de inspiración elogió a Cristina considerándola “uno de los cuadros políticos más importantes de los últimos cincuenta años, y uno de los cinco políticos más importantes del país”, razón por la cual “seguramente está en condiciones de ser presidenciable”. Se estaba hablando de 2007, o sea que no podrá culparse a la prensa de haber hecho de ese razonamiento un título inmediato.
Abreviando los juicios sobre dichos ya lejanos, cabe preguntarnos si Cristina Fernández de Kirchner puede ser realmente la candidata presidencial de este gobierno. La respuesta es sí. ¿Ahora? No, decididamente no. Ni es posible, ni nada indica que sea ésa la idea imperante en la Casa Rosada, ni es de lo que se habla en las trasnoches de Olivos, ésas a las que sólo tiene acceso un círculo de elegidos.
Néstor Kirchner y su esposa forman un tándem político en el que cada paso que han dado en ese ámbito ha estado claramente calculado y en el que ninguno de los dos tiene juego independiente. Fue la mujer quien a partir de su cargo legislativo en el Congreso trascendió más rápidamente a nivel nacional, mientras el esposo era “apenas” el gobernador de una provincia lejana y despoblada… pero siempre fue él la cabeza de ese proyecto político que establecía como objetivo de máxima la llegada al poder central en 2007. El flamante diputado electo Dante Dovena puede dar crédito de esa planificación que, incrédulo, escuchó a mediados de los 80 en el living santacruceño del matrimonio Kirchner. Néstor no era aún intendente de Río Gallegos, siquiera.
En ese tándem, Cristina fue el ariete, la persona que fue al frente, muchas veces sin medir consecuencias. Si bien nos hemos acostumbrado hoy a un presidente vehemente y peleador, la versión que tienen los santacruceños que lo han conocido desde la gobernación es bien diferente del modelo actual. Sólo a través del pragmatismo se puede interpretar a ese político que lanza diatribas contra el Fondo Monetario Internacional, al que le paga puntualmente. Ese pragmatismo es el que explica muchas de las actitudes beligerantes del mandatario, convencido como está de que ésa era la imagen que la ciudadanía quería ver en un presidente luego de la crisis terminal de 2001.
Y eso es lo que es el Kirchner original, aunque se empeñe en mostrar una imagen diferente: un político pragmático que, a diferencia de su esposa, es capaz de sentarse a negociar. Porque hay que remarcarlo, para el que no lo sepa: la negociación no es una virtud que se le pueda reconocer a ella. En el Senado, donde se la conoce desde hace una década, bien se sabe que no se puede contar con Cristina a la hora de buscar consensos.
Sin dotes de negociadora, Cristina está vetada para todo rol que exija diplomacia con propios y extraños. Ella se forjó una imagen de combatividad e inflexibilidad que no modificaría aun como primera oficialista. Por el contrario, ha exacerbado un autoritarismo que antes sólo mostraba en dosis más moderadas.
Cada uno de los dos ha hecho en la vida política lo que mejor sabe. Ella, pelear y legislar; lo de él es la ejecución. Ambos usaron la rebeldía y la confrontación como un elemento para consumar sus fines que, a juzgar por hasta dónde han llegado, se han cumplido con creces. Pero uno y otro se complementan: él administra, ella fogonea; ella pelea, él negocia; él da la última palabra, pero ella tiene derecho a veto.
Los objetivos de ambos, habida cuenta de lo puntillosos que han sido para delinear el plan político K, difícilmente prevean un impasse en 2007. Cuando el Presidente deja traslucir que no piensa en la reelección, como hizo promediando su primer año de mandato, y aun cuando juega con nombres que puedan oficiar como eventuales sucesores -citó a Reutemann, no a su esposa- no hace otra cosa que seguir la política del tero. Kirchner dice no pensar en la reelección porque no quiere que esas especulaciones distraigan su recorrido, pero lo ha tomado como una instancia natural a partir de asumir en 2003. Claro está que para pensar con certeza en su reelección deberá transitar con relativa tranquilidad su primer mandato, al menos en el área económica, que es en la Argentina la que determina la perdurabilidad de sus gobernantes.
Ya hace tiempo Néstor Kirchner relativizó la posibilidad de volver a presentarse en 2007 ante el desgaste que le insumiría la empresa que debería llevar adelante, pero un colaborador muy cercano aceptó en esa misma época ante Parlamentario que si las cosas le iban bien, obviamente irían por un nuevo mandato. Es ahí, en 2011, donde entraría a tallar la esposa.
- ¿Y luego ella podría sucederlo? -se le preguntó a ese interlocutor en marzo de 2004.
- ¿Te imaginás 16 años de Kirchner en la Casa de Gobierno? -fue la reacción, casi ilusionada, tras un instante de análisis.
De todos modos uno bien puede imaginar el panorama que pueda presentarse en 2007, pero hacer ese ejercicio hacia 2011, es poco menos que política ficción… Aunque volviendo al futuro cercano, habrá que pensar en un presente sin sobresaltos y una oposición diluida, como para suponer la repetición del mandato. Porque bien dice el analista Rosendo Fraga que “también puede suceder que si la economía se complica, ninguno de los dos gane dentro de dos años…”.
En efecto, una mala gestión de Néstor Kirchner invalida inmediatamente las posibilidades de su mujer. El “vote uno y llévese dos”, que con lógica clintoniana tanto le gustaba repetir al entorno kirchnerista durante la campaña presidencial, bien vale también para pensar que el futuro político de ambos está ineludiblemente atado. Amén de la individualidad de cada uno, el fracaso o traspié de uno, arrastra al otro.
Al margen de esas elucubraciones, ¿puede ser la senadora candidata presidencial? “Pienso que todo está abierto en la política argentina. Desde que Cristina sea candidata en 2007 o 2011, o que en 2007 se presente la fórmula Kirchner-Kirchner”, advierte Fraga ante la consulta de Parlamentario, aunque insiste en dejar todo librado a cómo transcurra el mandato hasta 2007.
Nadie deberá engañarse respecto de la capacidad electoral de Cristina Fernández de Kirchner, una mujer acostumbrada a ganar sus elecciones con amplitud. En Santa Cruz, sus porcentajes acostumbraban a superar el 60%, mientras que el 46% alcanzado en el principal distrito argentino marca también cifras superlativas, aunque tampoco deben llamar a engaño. Las características de la campaña hacen que así como Néstor Kirchner no pudiera arrogarse la titularidad de sus votos presidenciales de 2003, tampoco Cristina podría considerar que su figura cuenta ya con una base de casi tres millones de votos.
Así como en 2003 era ella la figura más conocida de la pareja, razón por la cual debió sumirse en un segundo plano para no opacar la imagen del esposo, que debía engrosar con poder propio ese escuálido 22% de base con el que arrancaba; así como Cristina tenía mejor imagen que Néstor durante los primeros meses de gestión -realidad determinada en encuestas que el Gobierno mantuvo ocultas-, no puede negarse que hoy las cosas se han dado vuelta. Y no por nada fue Kirchner quien decidió cargar sobre sus hombros la campaña presidencial en el difícil territorio bonaerense.
El análisis lineal que llevó a muchos a especular con un enroque kirchnerista en 2007 fue el mismo que hizo que más de uno imaginara a Cristina como la sucesora natural del esposo en la gobernación santacruceña, cuando éste fue ungido Presidente. Por entonces -¿como ahora?- el matrimonio tenía otros planes, pero de todas maneras dejaba volar la imaginación de todos los operadores y de quienes soñaban con la senadora sucediendo a Kirchner en la gobernación. El presidente electo se limitó a señalar que su esposa “no sería candidata a nada” y el verbo potencial disparó las mentes de todo el kirchnerismo local pensando en ella como eventual sucesora, desatándose algo así como un “operativo clamor” a favor de su candidatura.
El propio Kirchner admitió entonces la posibilidad de que Cristina fuera candidata a gobernadora, al comentar en vísperas de asumir como Presidente que si él hubiese perdido las elecciones no se hubiera presentado para un nuevo mandato provincial, porque hubiera sido como decir: “No pude ser presidente, entonces no me queda más remedio que ser gobernador”; pero reconoció que en ese caso seguramente su esposa hubiera podido ser candidata a gobernadora de Santa Cruz.
Cristina nunca pareció demasiado convencida de postularse para la gobernación, aunque esa visión siempre estuvo signada por el hecho de que Kirchner ya había ganado la presidencia y no resistía el menor análisis pensar que ella se convertiría en gobernadora cuando su esposo pasaba a ser nada menos que el jefe del Estado. Ni siquiera tenía lógica desde el punto de vista de la pareja, por cuanto una cosa era que estuvieran separados algunos días de la semana por las labores legislativas de Cristina, y otra muy distinta que ambos cumplieran gestiones ejecutivas a 3.000 kilómetros de distancia.
“Puede ser presidenta, es buena candidata”, acepta Ricardo Rouvier, quien de todos modos remarca que falta mucho para definir la cuestión electoral y en ese marco deja claro que, como están las cosas, “primero está Kirchner, el candidato natural”, habida cuenta además de que coincide en la visión de que el resultado de las legislativas está más focalizado en él que en ella.
Llevado de todos modos a la hipótesis de que se produjera el enroque en 2007, este analista cree que Cristina podría ser candidata presidencial “haciendo una buena combinación con un buen jefe de Gabinete, tal vez Lavagna. Alguien que ponga más en orden lo que es el Gabinete y sus funciones”.
Pero en ese caso, ¿qué pasa con Kirchner? “Si Cristina fuera presidente, el rol de su marido no sería fácil y no hay demasiado precedente al respecto”, advierte Rosendo Fraga encogiéndose de hombros.
Rouvier no se sorprende ante la consulta y responde con una naturalidad que cuesta imaginar que suene tan simple en Olivos. “¿Kirchner? A esperar cuatro años”. ¿Haciendo qué?, es la réplica obligada, frente a la cual el consultor lo imagina presidiendo el PJ, o el Frente para la Victoria, desarrollando durante el eventual transcurso del mandato de su esposa la etapa arquitectónica de lo que imagina como un nuevo esquema partidario de la Argentina post estallido. “En el país falta construcción de una política orgánica, hay poco institucionalismo y lo que hace falta no es poner más individualismo donde ya lo hay”, remarca. En ese caso, bien sonaría el eventual acto de desprendimiento que significaría dejar el poder cuando se goza plenamente de él, pensando volver eventualmente cuatro años más tarde. Claro que si bien esa alternativa sería la cara contraria del individualismo, no nos engañemos: se estaría cambiando a Kirchner por Kirchner…
¿Se imagina Cristina como presidenta? Ella ha admitido sus propias dudas respecto de que la sociedad pudiera bancarse una mujer presidente. “La mujer más importante que tuvo la política argentina fue Eva Perón -remarca-, pero nadie la llamaba Eva Duarte. Para poder ser reconocida y poder expresarse ante el conjunto de la sociedad, Eva tuvo que encontrar un hombre, casarse con él y ser la mujer de... Y ella es el paradigma de las mujeres en materia política en la Argentina”, ha dicho Cristina.
Ha admitido que lo suyo no es el Ejecutivo, que le gusta la tarea legislativa, argumentos con los que se desligaba en su momento de quienes la imaginaban gobernadora. Hoy el tema, claro, es diferente. Si el proyecto K lo demanda, será candidata presidencial, cuando lo crean conveniente. Del mismo modo que traicionó sus deseos personales al mudarse electoralmente para ser candidata en territorio bonaerense. Pero así como no le dejó remordimientos esa actitud, tampoco es que reniegue del sillón de Rivadavia, posibilidad que le seduce cada vez más. ¿O acaso no alienta la carrera presidencial de quien considera el espejo en el que más le gusta reflejarse, Hillary Clinton?
¿Está preparada eventualmente para gobernar? Hay quienes sostienen que no, que tiene un buen perfil militante que para los tiempos actuales no alcanza; que a pesar de su papel protagónico en el gobierno, no ha mostrado todavía capacidad de organización política, ni es una conductora. Más que una organizadora de poder alternativo, es una provocadora del poder, advierten, y la similitud con Elisa Carrió viene enseguida.
El tiempo de todos modos no sería 2007. Y de hecho, en la alcoba presidencial -allí donde se tomó el éxito del 23 de octubre como la antesala de la reelección en 2007- se piensa en el slogan “Cristina 2011”. Alternativa que les permitiría extender un mandato como de otra forma no podrían, ya que difícilmente pudieran reeditar a nivel nacional la reelección indefinida impuesta por ellos mismos en Santa Cruz.
Especulaciones al fin cuya verdad sólo maneja el reducido núcleo de poder que maneja el Gobierno, que se limita a una mesa más que chica. Y cuya realidad queda en manos de la imprevisibilidad propia de una institución democrática aún frágil. Pues bien se sabe que amén de todos los planes que se tracen, el futuro político más consolidado puede volar por los aires en un instante. Que le pregunten si no a Aníbal Ibarra, quien Cromañón mediante vio esfumarse sus expectativas políticas, candidatura a vicepresidente en 2007 incluida; o a Adolfo Rodríguez Saá, que debió volver a San Luis tras un cacerolazo porteño, o a Eduardo Duhalde, quien tuvo que acotar su mandato y prometer el retiro a partir de las muertes del Puente Pueyrredón.
Es que si algo no tiene la política argentina es previsibilidad.