Por Julio Burdman
La organización del sistema electoral argentino está diseñada para una democracia de partidos y ciudadanos. Sin partidos, y con ciudadanos apáticos, el actual mecanismo de votación basado en la sábana horizontal -nos referimos a la boleta única en secciones para cargos ejecutivos, legislativos y/o municipales- 'hace agua' por partida doble.
En primer lugar, por el estallido explícito de las llamadas 'listas colectoras' -en este caso, cuando un mismo candidato presidencial era apoyado, en un distrito, por más de una lista de legisladores nacionales. No es un fenómeno nuevo: en 1996, la candidatura de De la Rua en la Ciudad era respaldada por cinco boletas diferentes.
La colectora es un abuso del sistema que está diseñado para proteger a los partidos políticos. La sábana horizontal favorece que el votante introduzca la papeleta completa en la urna, ayudando al partido a que logre una votación equilibrada entre cargos ejecutivos y legislativos. Es una distorsión a favor del partido político como institución. La inducción es clara: la boletas se imprimen sobre la misma pieza de papel, sin línea punteada, y suelen llevar un mismo número de lista; el corte de boleta se nos presenta como algo excepcional.
Pero si no hay partidos políticos organizados como tales, con afiliados, estructura territorial y elecciones internas, el espíritu protector de la institución partidaria implícito en la sábana horizontal pierde sentido, y emerge a la superficie el oportunismo de los sellos electorales como la realidad predominante. El festival de colectoras, una suerte de spam de la legitimidad electoral, juega con la confusión del votante.
Por otra parte, y más grave aun, asistimos al desborde del mecanismo de distribución, provisión y fiscalización de boletas en la zona metropolitana. La mayoría de la gente cree que las elecciones son organizadas exclusivamente por el Estado pero eso no es así. Muchas de sus funciones están co-organizadas junto con los partidos políticos -entre otras, impresión y provisión de boletas-y los ciudadanos convocados el día del comicio para dirigir las mesas de votación. Pero, con excepción del peronismo: ¿están hoy los partidos políticos verdaderamente existentes, en condiciones de cumplir esta función? La legislación supone que cada partido tiene miles de afiliados y presencia territorial en los distritos, pero en las elecciones de 2007, la mayor parte de las fuerzas no reunieron la cantidad mínima suficiente de fiscales; las que lo hicieron, lo lograron apelando al ejército de 'fiscales profesionales' del mercado electoral. El problema logístico de la provisión y fiscalización, con el agregado de la deserción masiva de autoridades de mesa, explicaron buena parte del colapso del domingo. A su vez, los robos de boletas -algunos existieron, aunque no en las cantidades masivas que denuncian dirigentes de la oposición- son un subproducto del colapso el sistema.
El debate sobre reforma electoral que se produjo tras la crisis buscaba canalizar, de alguna forma, las presiones de renovación sobre la política cristalizadas en el 'que se vayan todos'. Algunos especialistas, no obstante, estaban aprovechando el clima reformista de entonces para advertir sobre la necesidad de anticiparse a los problemas y ajustar el diseño institucional del sistema electoral a las nuevas realidades. Uno de estos problemas se puso en evidencia el domingo 28 de octubre: sin partidos políticos propiamente dichos, el mecanismo de la boleta electoral colapsa. El voto electrónico es polémico, pero hay una forma mucho más sencilla que permite superar, en parte, los dos problemas anteriores: la papeleta electoral oficial, con los nombres de los candidatos o fórmulas uninominales (presidente, gobernador, intendente) a ser completadas por el votante con una cruz o tacha. Así, las boletas se oficializan y la fiscalización se concentra en el escrutinio. Las listas de legisladores, van por separado. El inconveniente, es que este simple cambio va en contra del espíritu pro-partidos de la sábana horizontal, y se personaliza un poco más la elección. La dirigencia política, por diferentes motivos, coincide en rechazar este sistema: limita tanto a los 'aparatos' como a los pequeños partidos que sobreviven gracias a sus estrategias 'colectorísticas'. Tiene sus defectos, pero puede ser una forma de sincerar la realidad.