Existe una mirada hegemónica de la realidad que impregna a buena parte de la clase media argentina. Esa mirada forma parte de la raíz de nuestra identidad y contiene una herida fundacional: el deseo frustrado de ser algo que no somos.

Inconscientemente al tener la fantasía de intentar acercarnos a ese anhelo idealizado, se profundiza el rechazo a lo latinoamericano, a lo autóctono y a lo originario.

Como sostenía el lingüista Ferdinad de Saussure, el motor del significado es la diferencia, por lo cual mediante esa diferenciación intentamos reafirmar nuestra identidad. Para ejemplificarlo, con calificaciones peyorativas hacia los hermanos de la patria grande como “bolitas” y “paraguas” intentan desigualarse, en el fondo quién discrimina busca no reconocerse sudaca.

En líneas generales cuanto más miedo tienen a que los confundan con otro, mayor será el rechazo y la agresividad.

Esta violencia no es nueva y fue atravesando distintos discursos que circulan en nuestra sociedad a lo largo de la historia. Ya la expresaba Sarmiento en la dicotomía “civilización o barbarie”. La civilización era la forma de vida europea, con su cultura, modelo y sistema. La barbarie era lo nativo, los gauchos, los pueblos originarios, lo distinto al pensamiento dominante.

“Se nos habla de gauchos… La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos”. Carta de Sarmiento a Bartolomé Mitre del 20/09/1861.

Asimismo, Esteban Echeverría en su cuento “El Matadero” de 1838, asociaba a los negros y los mulatos de los sectores populares con animales desesperados por la carne ensangrentada. Ellos en su relato asesinan a un joven inglés, hombre decente, ilustrado, amigo de las luces y de corazón bien puesto. Ese relato expresa el miedo a lo popular, mostrándolo como salvaje e irracional, en oposición al europeo a quién se lo asocia a la intelectualidad, racionalidad, cargándolo de valores positivos.

En sintonía con ese discurso, el 25 de marzo de 2008, un cronista de Canal 13 sostenía: “La gente está asustada, se agarra de las manos…” porque “los piqueteros están avanzando firmes arrasando todo a su paso”.

En el discurso de Canal 13 está presente la esencia de Esteban Echeverría: Los piqueteros, que no son gente, arrasan irracionalmente con todo. Por otro lado la gente, los ciudadanos genuinos, están asustados.

También Julio Cortázar en su cuento “Casa Tomada” de 1951, describe a una pareja que vivía en la tranquilidad de su antigua casa leyendo obras francesas. Los protagonistas no necesitaban trabajar para ganarse la vida porque vivían de la plata de sus campos. Hasta que la tranquilidad se termina, irrumpe el miedo.

Gradualmente desconocidos van ocupando su casa hasta dejarlos afuera. Nuevamente, la tranquilidad, el placer, asociado a la intelectualidad francesa en oposición a una ocupación que avanza inexplicablemente. Este cuento se interpretó como una metáfora del avance de los sectores populares en los primeros gobiernos de Perón.

Coherente con ese miedo al avance de “los otros” fue la tapa de la revista de Daniel Hadad, “La Primera” de abril de 2000. En la cual bajo el título “La invasión silenciosa”, se manifestaba el desprecio a la situación de los inmigrantes de los países limítrofes. Según el informe los inmigrantes avanzaban lentamente sobre nuestras riquezas, recursos y puestos de trabajo.

Nuestra forma de entendernos está atravesada por los discursos que circulan y consumimos a lo largo de nuestra historia. En los noticieros de la televisión, las revistas, los cuentos, los diarios y los manuales escolares hay relatos que reconocemos y que inciden en la forma en que nos pensamos. En ese sentido, esta idea de “los otros” salvajes, irracionales que avanzan y ponen en peligro nuestro modo de vida europeizante es la huella de aquellas viejas interpretaciones.

Pero, ¿por qué les da tanto miedo? ¿Por qué les genera tanto odio y violencia?

Los cabecitas negras del pueblo peronista, los hermanos de los pueblos originarios, los compatriotas de la patria grande les recuerdan algo que no quieren ver, una dolorosa herida en nuestro narcisismo: Los Argentinos no somos Europeos, somos Sudacas.

Para ilustrar como impregna en nuestro sentido común ese pensamiento hegemónico, muy pocos argentinos se reconocen descendientes de nativos. Sin embargo como recuerda el historiador Osvaldo Bayer, “el último estudio de antropología de la UBA arrojó que el 61% de la población tiene algo de sangre de los pueblos originarios.”

Es decir, no hay invasión, no hay salvajismo. Hay una dominación cultural que sigue vigente y que nos lleva a medir nuestra historia, políticas y proyectos con varas de otros. Sólo debemos dejar de interpretarnos desde el lugar del pensamiento dominante e intentar proyectar nuestro futuro desde nosotros mismos.

Este es “el gran problema argentino: es el de la Inteligencia que no quiere entender que son las condiciones locales las que deben determinar el pensamiento político y económico”. Arturo Jauretche

*Licenciado en Comunicación Social
Docente de Filosofía Política Moderna UNLZ