Por José Angel Di Mauro. La presidenta sorprendió al PJ cuando ordenó votar a Gerardo Zamora. La medida generó malestar interno, pero también otra muestra de obediencia. En la Asamblea Legislativa no se mostró beligerante.
El año político suele arrancar en marzo, cuando la actividad se retoma a pleno. Pero esa condición no se cumple a rajatabla en la Argentina, donde los veranos suelen tener picos de conflictividad, o novedades que lo agitan. Ni qué decir de este año, con un enero inusualmente convulsionado, con cortes de luz y una economía desbocada, devaluación incluida. A lo que habrá que sumar la salud de la Presidenta, cuya ausencia dio lugar a todo tipo de elucubraciones.
Febrero en cambio fue un resuello para el gobierno, que a través de medidas ortodoxas logró atenuar la inestabilidad de los mercados, frenando sobre todo el drenaje de reservas, que en los peores momentos hizo pensar en un fin de año dramático. Pero nadie piensa que lo de enero haya sido una pesadilla ya superada; por el contrario, las amenazas siguen latentes.
En febrero, la Presidenta dejó de lado el ostracismo y si bien dosificó sus apariciones, se puso más o menos al día con las cadenas nacionales. Y en la apertura de las sesiones ordinarias que encabezó este sábado pareció dejar claro que todas las versiones que circularon durante el verano sobre su salud eran infundadas. Si bien habló menos que el año pasado, las 2 horas 47 minutos que se extendió su discurso -con el bonus track ahora habitual para la militancia-, distan bastante de la recomendación médica que se había hecho pública sobre sus exposiciones.
No fue una Presidenta convaleciente la que se pudo ver este fin de semana, y quedó en cambio la sensación de que contrariando a las versiones más dramáticas del verano, lo suyo fue un repliegue táctico, bien del estilo K, para proteger a Cristina de los efectos de la crisis.
Pero no necesitó hablar casi tres horas para mostrar que sigue siendo la misma. Ya lo había hecho el jueves con la demostración de fuerza que dio al encolumnar al bloque oficialista detrás de su decisión, refutando sorpresivamente las muchas hipótesis que se habían echado a correr en torno a la presidencia provisional del Senado. En efecto, en diciembre pasado se había anticipado que a sugerencia de la Rosada el exgobernador santiagueño Gerardo Zamora había hecho renunciar al senador titular para jurar él en su lugar, pues sería elegido para remplazar a Beatriz Rojkes de Alperovich en el segundo escalón de la sucesión presidencial.
Ante ello, el peronismo se había mostrado reticente a aceptar esa medida, circulando otros nombres propios para tal designación. El propio radicalismo se había mostrado refractario a que un excorreligionario como el santiagueño fuera a ocupar ese sitial. En ese marco, llegaron a decir públicamente que estaban dispuestos a votar con las dos manos a Miguel Pichetto en ese lugar. Así las cosas, pareció razonable que el gobierno resolviera no agitar las aguas y dejar todo como estaba, manteniendo a Rojkes de Alperovich en la presidencia provisional. Desde el seno del bloque oficialista hicieron saber hace un par de semanas que la decisión tomada era que no hubiera cambios.
De ahí la sorpresa y malestar de Pichetto y compañía cuando el jueves se enteraron de que el jefe de Gabinete participaría de una reunión del bloque para informarles que la Presidenta había decidido mantener su decisión inicial de encumbrar al exgobernador santiagueño detrás de Amado Boudou.
Precisamente el vicepresidente de la Nación fue la persona que más incómoda debe haberse sentido. Más que el jefe del bloque, claramente desautorizado pues él mismo le había hecho saber al gobierno que no querían al radical K en la presidencia provisional, e incluso más que la esposa del gobernador tucumano, que en aras de la gobernabilidad en su provincia dejará de lado cualquier gesto de fastidio frente a la actitud presidencial. Lo de Boudou es diferente. Para él también fue un verano complicado, con el pedido del fiscal para que sea indagado, y tomaba la continuidad de Rojkes como una señal de que no había por qué modificar nada en la sucesión presidencial. Fue entonces una pésima señal para el vicepresidente ver que ponen detrás suyo a una figura con peso propio y por la que la Presidenta se anima a irritar al PJ.
Es que la elección de Zamora es una muestra presidencial de que en momentos de eventual inestabilidad no confía en el peronismo. Porque no cambia a Rojkes por alguien de peso de su partido, y porque además el santiagueño opera como una suerte de tapón para el tercero en la línea sucesoria, el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, que este verano mandó a hacer pintadas en la Provincia con la frase “Julián 2015”, pero recorrió el país como para dejar claro que no solo se anota como alternativa en su distrito. No deben haberle caído nada bien a Cristina las versiones periodísticas que circularon, según las cuales el titular de la Cámara baja habría dicho que podía llegar a la presidencia antes de 2015.
Con todo, Domínguez debe haberse sentido más tranquilo cuando la Presidenta lo trató cordialmente en la Asamblea Legislativa, nombrándolo incluso durante la primera parte de su discurso, al hablar de los 54 mil millones de pesos en obras de infraestructura que el gobierno destinó al sector agropecuario, un área que él manejó desde un ministerio antes de llegar al Congreso.
Si bien él no fue nombrado, un funcionario con aspiraciones que debió haberse sentido pleno durante el discurso fue el ministro Florencio Randazzo, por los párrafos que le dedicó la Presidenta a la reforma ferroviaria, oportunidad en la que mechó encendidos elogios a la confección de DNI y pasaportes, otro caballito de batalla del ministro del Interior.
Si bien, como decíamos, en la previa a la apertura de sesiones ordinarias la Presidenta mostró esa firmeza que genera temor y obediencia, en el mensaje presidencial ante el Congreso se mostró sosegada y concertadora. De hecho, concluyó su discurso haciendo un llamado a reflotar la concertación y convocando al diálogo con los partidos políticos. De hecho los invitó a ofrecerles una alternativa al acuerdo con Irán, aunque no es de esperar que la oposición tome en cuenta ese pedido.
Tuvo palabras medidas con los sindicatos, que serán claves en las negociaciones paritarias donde se define cómo evolucionará la inflación; y con los docentes no se mostró tan crítica como hace un par de años cuando dijo que tienen muchas vacaciones; los reprendió por el presentismo, mas dejó abierta la alternativa de una negociación paritaria que pueda reabrirse a mitad de año, y les agradeció haber levantado el paro que ya tenían previsto.
Se refirió de forma amena a Mauricio Macri y se mostró dispuesta a acercarse a las capas medias que le dieron la espalda en las últimas elecciones, cuando habló del hartazgo que despiertan los cortes de calles -tolerados durante la última década-, mostrándose dispuesta a enviar un proyecto para reglamentarlos.
Fue una Cristina más cercana a la de la campaña de 2011, que a la del “vamos por todo” post 54%. Se concedió hablar de “fin de ciclo”. Aunque en tren de palabras utilizadas, hubo una que no expresó en su discurso: inflación.
