El kirchnerismo reconoce como uno de sus principales puntos débiles que sus líderes no hayan generado figuras confiables y capaces para garantizar la continuidad del “modelo”. La proverbial desconfianza de Néstor y Cristina fue clave para esa carencia.
Por José Angel Di Mauro
En su pronunciamiento número 16, el grupo de intelectuales kirchneristas de Carta Abierta admitió la inexistencia de candidatos que consideren realmente propios para la sucesión presidencial. Por el contrario, critican sin nombrar a los que se presentan como eventual continuidad de los Kirchner, trasparentando lo que ya en otro contexto han expresado públicamente figuras de ese mismo espacio como Ricardo Forster, quien oportunamente dijo que a él no lo representa el gobernador Daniel Scioli.
El problema con el que se encuentra el kirchnerismo es que tras tres mandatos consecutivos el proyecto no ha conseguido encontrar una figura que más allá del matrimonio presidencial les brinde confianza para la continuidad del “modelo”.
Presentado como se ve, proyectos como el kirchnerista necesitarían de la reelección indefinida, alternativa que quedó definitivamente sepultada cuando en las legislativas de 2013 los porcentajes estuvieron lejos de dar espacio a albergar ese sueño. En rigor, era decididamente imposible que lo consiguiera, tal cual Semanario Parlamentario se ocupó de aclarar un año antes de las elecciones primarias, al demostrar que si se hubieran repetido en 2013 los resultados excepcionales de una elección ejecutiva como fue la de 2011, ni aun así le hubiera alcanzado al oficialismo para conseguir los dos tercios en ambas cámaras.
Tal vez con un resultado tan excepcional como el del 54% hubiera sido suficiente para alcanzar en Diputados -con lo justo- los dos tercios necesarios para estar en condiciones de habilitar una reforma constitucional; pero en el Senado esa fue siempre una misión imposible, habida cuenta de la manera paulatina como se renueva el Cuerpo.
Con todo, las fuentes kirchneristas consultadas en esa época aclaraban que, a sabiendas de esos límites, el planteo que se hacían era que una muy buena elección les daría fuerza para ir por todo.
De todas maneras, no hay ninguna certificación que indique que en ese caso Cristina Fernández de Kirchner hubiera decidido forzar esa reforma constitucional para lograr la re-reelección. Son todas especulaciones, y frente a ellas hay un ala moderada del kirchnerismo que pone distancias entre CFK y el chavismo, asegurando que en modo alguno el kirchnerismo hubiera buscado la reelección indefinida. Sobre todo -admiten- porque saben que semejante alternativa hubiera podido unificar a la oposición detrás del objetivo de cerrarle las puertas a una reforma constitucional, y con ello asestarle un revés contundente e irremontable al proyecto.
Ese no era el camino elegido por los Kirchner, que elaboraron un camino más seguro y no menos original: el de la reelección matrimonial. Elegido en 2003 cuando su esposa era más conocida que él, Néstor Kirchner llegó a 2007 en el pináculo de su prestigio político. Hasta el final mantuvo la incógnita respecto a si iría por la reelección, y para allanarle el camino a su esposa, comenzó con aquel recordado juego de “pingüino o pingüina”. La mitología kirchnerista hizo circular una historia respecto a la decisión del santacruceño de dar un paso al costado en favor de su esposa: cuando el matrimonio viajó a Chile para asistir a la entrega del poder por parte del presidente Ricardo Lagos a Michelle Bachelet, ambos quedaron conmovidos por las muestras de adhesión hacia el mandatario saliente, y Cristina le dijo entonces a su esposo que así se tenía que ir él del poder, “con la imagen bien alta”.
Es más que probable que ellos mismos hayan hecho circular esa versión, para darle más credibilidad a lo que ya debían tener decidido desde hacía años: cada esposo sucedería al otro concluido cada período presidencial, hasta que la gente dijera basta en las urnas.
Promediaba el mandato de Cristina Kirchner y si bien ya había pasado lo peor -crisis del campo y derrota electoral de 2009 incluidas-, todavía las perspectivas de continuidad del kirchnerismo en el poder estaban borrosas, cuando comenzaron las especulaciones en torno a si Cristina iría por la reelección o sería otra vez el turno de Néstor. Como siempre, hubieran dejado crecer el misterio hasta el final, pero se sabía que promediando 2010 ella medía mejor que él. La muerte de Néstor Kirchner enterró todas las especulaciones, y con ello la estrategia kirchnerista de alternancia matrimonial.
Por si quedaban dudas de que él hubiera sido el candidato en 2011, Cristina las eliminó cuando durante el reportaje que le hizo Jorge Rial en Olivos el año pasado -antes del hematoma subdural-, ella contó que él tenía decidido ser candidato. De no haber mediado la fatalidad, y en caso de que el éxito lo hubiera acompañado a NK en las urnas, hoy estaríamos especulando en torno a las posibilidades de Cristina de volver a sentarse en el sillón presidencial el próximo año.
Cuestión de confianza
Independientemente del plan instrumentado una vez llegaron a la presidencia, los Kirchner desnudaron desde sus inicios que no confiaban en otro que no fuera ellos mismos a la hora de defender su proyecto. Hay una prueba contundente: desde 1987, cuando Néstor llegó a la intendencia de Río Gallegos, siempre uno de los dos participó en las elecciones sucesivas.
En efecto, la historia arrancó en 1987 con Néstor Kirchner como candidato a intendente de Río Gallegos, elección que ganó por 111 votos. Dos años después, su esposa debutó electoralmente como diputada provincial. En el turno siguiente, en 1991, Néstor Kirchner fue candidato a gobernador por primera vez y ganó.
En el turno siguiente, en 1993, Cristina fue candidata doble: a diputada provincial primero y a diputada nacional después, en elecciones desdobladas. Ganadora en ambas, renunció a su banca en el Congreso nacional.
En el 94, el matrimonio participó por primera vez juntos de una elección, en este caso para convencionales constituyentes. En 1995, NK obtuvo su primera reelección como gobernador, y en el turno siguiente su esposa, que ya era senadora -designada por la Legislatura provincial-, fue electa diputada nacional. En 1998, ella fue elegida convencional constituyente para reformar la Carta Magna santacruceña, mediante lo cual al año siguiente su esposo conseguía la re-reelección.
En 2001, Cristina Kirchner fue elegida senadora, esta vez a través de las urnas; dos años después, su esposo se convertía en presidente de la Nación. En 2005, Cristina ganó en Buenos Aires la primera madre de todas las batallas, siendo reelecta como senadora, pero esta vez por la provincia de Buenos Aires. Y dos años más tarde, renunciaba por segunda vez a una banca en la Cámara alta para convertirse en presidenta de la Nación.
2009 no fue la excepción, pues el ya expresidente Néstor Kirchner resolvió encabezar la batalla bonaerense que a la postre representaría la primera derrota electoral de los Kirchner. Fallecido el exmandatario al año siguiente, en 2011 Cristina Fernández fue por su reelección, en la que fue entonces la última elección que tuvo a un Kirchner participando. Así las cosas, más de un cuarto de siglo un Kirchner fue candidato a algo.
Los Kirchner solo creen en los Kirchner, se ha dicho una y mil veces. Como tantos otros políticos que padecen el mal del nepotismo, cuando Néstor Kirchner ganó las elecciones para gobernador de Santa Cruz en 1991 -Ley de Lemas mediante- quiso que su apellido siguiera al frente de la intendencia de Río Gallegos que abandonaba, por lo que puso de candidata a su hermana Alicia, que terminó perdiendo con el hoy senador radical Alfredo Martínez.
La conclusión obvia se notó en el tiempo y acabamos de graficarla: en adelante, el matrimonio K solo tuvo fe en ellos mismos.
De hecho, en 2013, hasta último momento se especuló con la posibilidad de consumar lo que en principio era número puesto: la candidatura de Alicia Kirchner en la provincia de Buenos Aires. Ministra de Desarrollo Social durante la mayor parte de la década K, con todo lo que ello conlleva en semejante cartera, se había especulado conque el peso de su apellido y el cargo serían más que suficientes para hacerse sentir en el principal distrito del país, pero conforme avanzaba el tiempo y las encuestas seguían sin darle bien, fue perdiendo fuerza su candidatura. Y Cristina no quiso arriesgarse a que un Kirchner volviera a perder en la provincia de Buenos Aires, igual que Néstor en 2009. De tal manera, Alicia fue sacada de circulación.
Esto no hace más que demostrar la proverbial desconfianza que los Kirchner han prodigado por el resto de los políticos.
El problema fue, como hemos dicho, cuando falleció un integrante de la pareja presidencial. El proyecto entero quedó en manos de Cristina, igual que el destino del mismo. Habrá que interpretar en ese sentido la elección de Amado Boudou como compañero de fórmula. Es una de las pocas cosas que sus seguidores se animan a reprocharle a la presidenta, habida cuenta de las complicaciones judiciales que el vicepresidente hoy vive.
Si bien siempre los Kirchner se reconocieron públicamente como “iguales”, íntimamente ella siempre reportó a su esposo como si él fuera el jefe. Con derecho a voz y veto, pero un paso detrás al fin. Así las cosas, le cuestionó a Néstor desde 2008 y hasta su muerte la elección de Julio Cobos como su compañero de fórmula, en el marco de la malograda Concertación Plural.
Por eso es que, ya sola, Cristina se tomó su tiempo para elegir a quien sería su vice, pensando más allá de 2015. Reconocía al entonces ministro de Economía como “leal” y valoró siempre que hubiera sido el que trajo la idea de estatizar las AFJP y con ello hacerse cargo de la fabulosa caja previsional.
Boudou sonó primero para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde la presidenta laudó a favor de Daniel Filmus. Que Cristina hubiera elegido a otro no invalidaba a su ministro de Economía ni liquidaba sus aspiraciones. La presidenta presentó luego la designación de su compañero de fórmula en el marco de una muy bien cuidada puesta en escena. Pero la luna de miel en el cargo le duró poco a Boudou, pues sus problemas judiciales estallaron en seguida, durante el verano de 2012. De no haber sido así, seguramente hoy estaríamos hablando de él como un firme candidato.
No necesariamente a suceder a Cristina, claro está. Pese a haber sido precandidato a jefe de Gobierno porteño, Amado Boudou es marplatense y bien podía aspirar en 2015 ocupar el sillón que dejará libre Daniel Scioli. Recorriendo así el camino de sus tres antecesores peronistas: todos terminaron en la gobernación bonaerense, Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf y Daniel Scioli, en ese orden. O bien hubiera podido aspirar a la Jefatura de Gobierno porteña, donde el kirchnerismo sigue sin tener candidatos.
Aunque en tren de ambiciones, ¿alguien podría imaginar que no iba a anotarse en primera fila para suceder a Cristina? Todo dependería de la decisión de la jefa, pero él, más allá de contar con el favoritismo de ella, contaba con una ventaja superlativa por sobre el resto de los mortales: sería el único dirigente que no podría aspirar a una reelección en 2019, por cuanto el próximo hubiera sido su “segundo mandato”, dejándole a Cristina el camino libre para volver en cuatro años.
La mano derecha de los K
Todo lo que acabamos de decir sobre Boudou suena a fantasía, pues hace años ya que más que pensar en su futuro, el vice piensa en su presente y en cómo llegar al final de su mandato. Pero vale porque fue claramente la primera opción para cuando Cristina comenzó a pensar en la estrategia sucesoria tras el fallecimiento de su compañero de vida.
Otro incondicional podría haber sido Carlos Zannini. El secretario de Legal y Técnica de la Presidencia acompaña a los Kirchner desde sus inicios. Fue el ministro de Gobierno del municipio de Río Gallegos y luego ocupó el mismo cargo en la gobernación de Néstor Kirchner en 1989. Hablamos de un personaje clave en el andamiaje kirchnerista provincial. De hecho, cuando el santacruceño comenzó a armar su estrategia para reforzar su poder, tuvo en Zannini a su orfebre más confiable.
Como años después intentaría sin éxito hacer Cristina en la Nación, Néstor Kirchner avanzó en los 90 sobre la Justicia provincial, modificando el Tribunal Superior de Justicia, que pasó de tres a cinco miembros y al frente del cual quedó nada menos que Carlos Zannini, que previo a llegar a la cúspide judicial provincial, había sido puesto por Kirchner en la Legislatura, donde presidió el bloque del PJ.
Así como propios y extraños reconocieron siempre a Cristina como la edificadora del poder kirchnerista junto con su propio esposo, Zannini fue siempre visto como el arquitecto de la estrategia para consolidar el poder. Hubiera sido un lógico delfín, pero al día de hoy no ha podido hacer crecer su perfil, algo indispensable para ganar una elección presidencial.
Juventud, divino tesoro
Con NK vivo, la juventud comenzó a ganar espacio dentro del andamiaje institucional. Más que Máximo Kirchner, el verdadero ideólogo de La Cámpora fue su padre, que alentó el crecimiento de esta agrupación, convencido como su esposa de que esa presencia juvenil le aportaba al proyecto un aura tan valiosa como la que le reportaba la defensa de los derechos humanos. Laura Di Marco, la periodista autora del libro sobre La Cámpora, asegura que Cristina Kirchner y su hijo Máximo están cumpliendo el mandato de Néstor de trazar un puente generacional para sostener el poder político con la ayuda de los jóvenes.
Según otra periodista, Sandra Russo -autora del otro libro sobre La Cámpora, “Fuerza propia”- el expresidente quería con esa agrupación “formar una JP de masas”.
Pero es cierto también que Kirchner no les asignaba tanto vuelo como el que luego -ya sin él- cobraron esos jóvenes. Cristina priorizó que los cargos fueran ocupados por miembros de esa agrupación, a los que más que kirchnerista podría asignársele la condición de “cristinista”. El sueño de Cristina hubiera sido sin lugar a dudas que su delfín surgiera desde esa agrupación. Pero admite que no hay tiempo para que así suceda.
Hay quienes pensaron -y aún lo hacen- en Axel Kicillof como eventual sucesor. Que el cargo de ministro de Economía hubiera podido servirle como un trampolín perfecto para convertirse en el continuador del modelo. Pero el actual ministro de Economía llegó al cargo en tiempos de vacas flacas, con demasiados problemas con los que lidiar, como para pensar en hacer campaña. Deberá darse por satisfecho con lograr llevar el barco a destino en 2015; esto es, con una economía más o menos dominada, independientemente del presente griego que pueda dejarle al que venga.
¿Y Máximo Kirchner? El imaginario popular sigue asignándole al hijo presidencial la condición de “ideólogo” de La Cámpora. En rigor, es amigo de sus principales dirigentes y ha tenido participación en su desarrollo y lo respetan como corresponde, pero no puede dársele más crédito. Y si bien “mamó” la política desde bien chico, su mayor deseo no es ser parte de ella. Más bien todo lo contrario. Disfruta, eso sí, de su condición de consejero principalísimo de su madre presidenta, que pondera de él “su inteligencia, su sensibilidad”, y lo considera “un fino analista político”.
Cultor del perfil bajo, quería ser periodista, pero abandonó en sus dos intentos: en TEA, y en la Facultad de Periodismo de La Plata, de donde se fue cuando en el Centro de Estudiantes descubrieron que tenía un padre gobernador y quisieron sumarlo para militar, contrariando su deseo de pasar desapercibido.
Luego intentó con abogacía en la Universidad de Belgrano, más por deseo de Cristina que por interés propio, pero también dejó. “¿Para qué lo obligás a estudiar abogacía como si fuese un seguro de empleo? Va a ser un abogado más, si no quiere estudiar, que no estudie”, le reprochaba su esposo.
Hoy muchos lo imaginan iniciando el camino político de su padre, en Santa Cruz, y se asegura que el primogénito de los Kirchner lo está pensando. Pero está dicho: la política le interesa, pero no es su vocación, ni mucho menos su pasión.
Esta semana aparecieron en la Ciudad de Buenos Aires carteles promoviendo a “Alicia Kirchner 2015”. Que se sepa, la hermana presidencial no figura entre los presidenciables del kirchnerismo y perdió el tren cuando no compitió en Buenos Aires en 2013. Pero el peso de su apellido y de su ministerio son suficientes como para pensar en ella para integrar las listas kirchneristas que suscribirá Cristina Fernández el año que viene. Mas no será Alicia la candidata a mantener a la esencia del kirchnerismo vivo y gobernante.
Por responsabilidad de los propios Néstor y Cristina, y a contramano del espíritu que siempre profesaron respecto de la importancia de dejarles lugar a los jóvenes, no se ocuparon nunca de modelar un candidato con posibilidades para sucederlos y continuar el camino por ellos emprendido.