A pesar de contar con una de las plataformas marítimas más extensas del mundo, Argentina ha relegado históricamente el desarrollo de su economía oceánica.
"Durante siglos miramos hacia el interior del país en busca de riqueza, pero el verdadero horizonte de crecimiento puede estar donde menos lo exploramos: en el mar. Con recursos inmensos y una ubicación geopolítica estratégica, el Atlántico Sur representa la frontera productiva que podría redefinir la economía argentina y marcar el inicio de una nueva etapa de desarrollo, empleo y soberanía".
Desde siempre, la Argentina ha construido su economía de espaldas al mar. A pesar de contar con más de 4.700 kilómetros de costa y una plataforma continental que supera los 6,5 millones de kilómetros cuadrados tras su reconocimiento por la ONU, el país ha concentrado su estructura productiva y logística en el interior continental, desaprovechando una de las fronteras más estratégicas para su desarrollo futuro: el Atlántico Sur.
El potencial económico del mar argentino es vasto, diversificado y aún en gran medida inexplorado. En términos comparativos, mientras que la mayor parte del PBI argentino proviene de actividades radicadas en tierra, como la agricultura, la ganadería, la minería, la industria manufacturera y los servicios urbanos, la economía vinculada directamente al mar representa apenas un 3% del total, según estimaciones del Ministerio de Economía y la CEPAL. Este desequilibrio no responde a una cuestión de recursos, sino a una falta de visión estratégica. Porque allí donde hoy hay una mínima porción del producto, hay una máxima reserva de posibilidades.
Tomemos como referencia la pesca: uno de los pocos sectores marítimos que ha sido relativamente desarrollado. En 2023, las exportaciones pesqueras argentinas alcanzaron los 1.900 millones de dólares, con especies como el langostino, la merluza y el calamar como principales rubros. Sin embargo, ese volumen es marginal comparado con lo que podría generarse si se invirtiera en infraestructura portuaria, procesamiento industrial, trazabilidad, control biológico y acuerdos internacionales que aseguren mayor valor agregado en origen. Chile, con un litoral mucho menor y sin plataforma extendida, exporta más del doble en productos del mar, gracias a una integración vertical de la industria y a una sólida política de fomento.
Pero la “economía azul” no se agota en la pesca. El desarrollo de la energía offshore, tanto hidrocarburos como eólica marina, representa un horizonte prometedor. El área de exploración petrolera en la Cuenca Argentina Norte, frente a la costa bonaerense, podría contener reservas equivalentes a Vaca Muerta, según estudios preliminares de YPF y Equinor. De confirmarse esos pronósticos, estaríamos ante una revolución energética que no solo diversificaría la matriz exportadora, sino que también generaría miles de empleos directos e indirectos en ciudades costeras como Mar del Plata, Necochea o Bahía Blanca.
A su vez, la energía eólica offshore, ya en expansión en Europa y Asia, podría aprovechar los vientos constantes y potentes del litoral patagónico-marino. Con una inversión inicial en torres, cableado submarino y plantas de transformación, la Argentina podría convertirse en exportadora de hidrógeno verde producido con fuentes limpias, un recurso clave en la transición energética global.
Otro vector de crecimiento es la industria naval. Hoy, Argentina importa la mayoría de sus buques pesqueros, mercantes y logísticos, con astilleros subutilizados como Tandanor o Río Santiago. Un plan de reactivación de la construcción naval ligada a la demanda del mar, barcos de exploración, plataformas, remolcadores, embarcaciones científicas, no solo reactivaría capacidades industriales estratégicas, sino que permitiría generar encadenamientos productivos con alta demanda de empleo calificado.
La biotecnología marina, en tanto, abre puertas a la exploración de organismos con propiedades farmacéuticas, cosméticas y alimenticias. Las universidades costeras y los centros de investigación del CONICET ya están trabajando en proyectos piloto, pero sin el financiamiento adecuado. La inversión en ciencia aplicada a los recursos marinos no solo diversifica la economía: le da sustentabilidad.
Comparando con el continente, las actividades tradicionales como la soja o el litio, a pesar de su importancia, presentan límites estructurales. La soja depende del clima, del precio internacional y de la concentración de tierras. El litio, si bien es estratégico, se encuentra en una región con difícil acceso, problemas hídricos y escasa infraestructura. El mar, en cambio, está al lado de los grandes centros urbanos, con puertos, vías de transporte y capital humano ya disponible.
Desarrollar la economía del mar no significa abandonar el continente, sino equilibrar el tablero nacional, abrir nuevas fronteras productivas y diversificar los motores del crecimiento. Significa repensar la geografía económica del país desde una lógica de expansión, descentralización y soberanía.
Para lograrlo se requiere de una decisión política sostenida, inversión público-privada, planificación territorial y una visión geopolítica moderna. Porque el mar no es solo un recurso: es una puerta al mundo. Es el escenario donde se define parte de la disputa por los alimentos del futuro, la energía, los minerales estratégicos, la investigación científica y las rutas comerciales.
Argentina ya no puede seguir viviendo de espaldas al océano. Es hora de mirar al sur, de mirar al este, de mirar el horizonte. Ahí donde rompen las olas empieza también la posibilidad de una nueva Argentina. Más equilibrada, más próspera, más conectada con su futuro.
Jorge Giorno fue diputado en la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires en dos oportunidades y presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), actualmente preside el Partido de las Ciudades en Acción.