La ofensiva de Trump contra el narcotráfico quedó envuelta en contradicciones: mientras ordena destruir embarcaciones dedicadas al tráfico de drogas, indultó al ex presidente hondureño Juan Orlando Hernández, condenado en EE.UU. por vínculos con carteles.
Donald Trump declaró la guerra al narcotráfico. Como primera medida ordenó que se destruyeran desde el aire aquellas embarcaciones dedicadas al tráfico de drogas que surquen el Caribe o el Pacífico. Hasta el 5 de diciembre eran 23 las embarcaciones hundidas y 87 los muertos por los ataques.
Por otro lado, Trump indultó al ex presidente Honduras Juan Orlando Hernández, a quien la justicia norteamericana había condenado, por narcotráfico, a 45 años de prisión. Como presidente de su país, Hernández había facilitado el transporte clandestino y continuo de cocaína con destino a Estados Unidos. Y había recibido, al menos una vez, un millón de dólares de “El Chapo”, el líder del Cartel de Sinaloa: la poderosa organización internacional, originaria de México y dedicada al narcotráfico. El fundamento del indulto fue inaudito: “Según gente a la que respeto enormemente, Hernández ha sido tratado muy dura e injustamente”.
El indulto fue anunciado por Trump dos días antes las elecciones presidenciales hondureñas, celebradas el 30 de noviembre. El partido de Hernández —Partido Nacional, de ultraderecha— llevaba como candidato a Nasry “Tito” Asfura que, como parte de su campaña, había celebrado con la Confraternidad Evangélica un acuerdo contra el aborto, y se había pronunciado contra el matrimonio igualitario.
Trump intervino en el proceso electoral con un recurso que ya había usado en Argentina. Escribió en Truth Social, la red por la cual se comunica oficialmente: “Si Tito Asfura gana la presidencia de Honduras, Estados Unidos le brindará un gran apoyo, ya que tiene gran confianza en él, en sus políticas y en lo que hará por el gran pueblo hondureño. Si no gana, Estados Unidos no malgastará su dinero, ya que un líder equivocado solo puede traer consecuencias catastróficas”. Y más íntimamente: “Tito y yo podemos trabajar juntos para combatir a los narcocomunistas y brindar la ayuda necesaria al pueblo”.
Eso pareció demostrar que Trump no lucha contra el narcotráfico a secas sino contra el que está asociado (real o presuntamente) a la izquierda o la ultraizquierda y afecta a Estados Unidos.
La lucha contra el narcotráfico, imprescindible en Latinoamérica, debe ser apolítica y regional. Eso es así porque Latinoamérica es crucial para el narcotráfico internacional. Produce la totalidad de lo que se consume en mundo de hoja de coca, pasta base de cocaína y clorhidrato de cocaína. Colombia es la mayor productora (70 %) y el resto procede de Perú, Bolivia, Venezuela y Brasil.
El narcotráfico está ligado, por otra parte, a la criminalidad. Es difícil saber cuántos homicidios ha causado y causa, pero Latinoamérica tiene la tasa de homicidios más alta del mundo: 15 por 100.000 habitantes. Segunda es África con 12,7. A juzgar por las estadísticas de InSight Crime, “el crimen organizado −y el tráfico de cocaína en particular—ha sido el principal motor de los homicidios en América Latina y el Caribe en la última década”.
Recientemente el periódico El País, de España, publicó un extenso informe sobre “el crimen organizado, que está estrangulando a América Latina”. En ese informe se dice: “A medida que aumentan la producción y el tráfico de drogas, los grupos criminales están diversificando sus operaciones y aumentando su poder de fuego. Mientras tanto, los gobiernos oscilan entre la mano dura y la parálisis”.
No hay, es cierto, planes integrales contra el narcotráfico Hay una excepción, no gubernamental sino académica. Dos investigadores del español Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, especializados en “narcotráfico, crimen organizado e inseguridad ciudadana”, Carlos Malamud y Rogelio Núñez Castellano, han propuesto una estrategia para enfrentar esos problemas. Básicamente se trata de:
Algunas de estas medidas han sido, tímida y aisladamente, adoptadas por ciertos gobiernos. Pero este es un plan integral, que supone una tecnificación extrema, inteligencia financiera, elevación de presupuestos, especialización de las fuerzas de seguridad, coordinación entre gobiernos e instituciones intachables.
Es fácil proponerlo pero difícil de implementar. En todo caso, si el narcotráfico es un crimen serial todo esfuerzo gubernamental por erradicarlo es imperativo.
Trump podrá seguir destruyendo decenas de embarcaciones y así eliminar sólo la pequeña cantidad de drogas que transportan unas mínimas flotillas. Y perseverar en su apoyo a candidatos o gobiernos coincidentes con su ideología pero que no son necesariamente enemigos del narcotráfico. O exponerse a sí mismo a incurrir en contradicciones, como el indulto a Hernández. O gobiernos que emplean inútilmente la mano dura.
En Honduras Asura ganó —apenas por décimas— el centrista Salvador Nasralla, del Partido Liberal. Sin embargo, hay millares de boletas impugnadas y Nasralla, que invocó fraude, requiere un reconteo; y la izquierdista Xiomara Castro, presidenta de Honduras hasta el mes próximo, reclama la nulidad de los comicios. Mientras tanto el narcotráfico, invulnerable, crece y se extiende por Latinoamérica.