La derogación de los pisos mínimos de inversión en Educación, Ciencia y Tecnología, aprobada en el Presupuesto 2026, no es un ajuste técnico sino una decisión política de fuerte impacto simbólico. Al eliminar compromisos que marcaban un horizonte de desarrollo, el Gobierno relega áreas estratégicas y naturaliza su deterioro como destino permanente.
La noche del viernes, el Senado terminó de aprobar el Presupuesto 2026, pero lo hizo renunciando a un horizonte de país deseable. Con el artículo 30, el oficialismo derogó los pisos mínimos de inversión en Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación y Educación Técnico Profesional. No es un hecho menor ni meramente técnico: es un hecho político de enorme peso simbólico y totalmente regresivo.
Es cierto que algunos de esos artículos no se cumplieron cabalmente en los últimos años, pero eso no los vuelve irrelevantes. Al contrario, su vigencia obligaba y marcaba una hoja de ruta e inversión. Eran un compromiso del Estado a largo plazo, más allá de quién gobernara. Al derogarlos no están “sincerando” la realidad, sino que la empeoran.
La coyuntura económica y el objetivo deseable de equilibrio fiscal, como mucho podrían haber dado lugar a la suspensión de los artículos. Prefirieron derogarlos porque no creen en ellos, violando la Ley de Administración Financiera que prohíbe taxativamente hacerlo en una ley de presupuesto.
Milei, Sturzenegger y Caputo saben bien que lo simbólico construye lo real. La eliminación de estos artículos no tiene efectos presupuestarios inmediatos, pero hace que la educación, la ciencia y la técnica dejen de ser prioridades del Estado. Es correr el piso y bajar la vara, naturalizando el ajuste en estas áreas como horizonte permanente.
Con esa misma tozudez fue que en Diputados intentaron voltear el financiamiento universitario y la emergencia en discapacidad. No lo lograron. Ahora, en cambio, la estrategia decadente de carancheo y transfuguismo del Gobierno fue efectiva. Y es un retroceso profundo, aunque algunos senadores y gobernadores intenten maquillarlo con tecnicismos, necesidades de gestión u obras de cordón cuneta.
Detrás de la excusa de la austeridad está la resignación. Podíamos tener un presupuesto aprobado con equilibrio fiscal sin resignar este horizonte de inversión en ciencia, desarrollo y formación de nuestro capital humano.
No tengo dudas de que todo pasa, y esto también pasará. Tarde o temprano, los argentinos vamos a recuperar el sentido y reconstruir los oficios del lazo: educar, cuidar y curar.